Mucho antes de la "epidemia Whatsapp",
yo ya predije lo que pasaría en este relato.
Hoy se podría definir el progreso como la
facultad de la humanidad para complicar lo sencillo.
Thor Heyerdahl.
Transcripción de un fragmento de
la última entrevista a Eladio Phoenix.
Presentador: La
sociedad ha incluido al pelele como parte inseparable de sus vidas. Sin
embargo, usted mismo Eladio, precursor de la idea, ni siquiera usa pelele…
Eladio: Porque
ésta no era mi idea. Es la idea que otros han creado a partir de la mía. Mi pelele
era un facilitador, no un sustituto. El pelele que ellos quieren crear es un
monstruo.
P: (tose) ¿Ellos?
¿Quiénes son ellos?
E: Los
titiriteros. Los que siempre han manejado los hilos en este mundo. Ahora han
encontrado una forma de mantenernos callados. Pero no se lo podemos permitir.
Nosotros tenemos nuestra propia voz, y si no la usamos, si la perdemos,
entonces la sociedad que conocemos se desmoronará con la misma facilidad con la
que se destruye a un muñeco de trapo.
(Murmullos entre el público)
Del
programa televisivo “La Gran Ola”, 17 de Diciembre de 2018.
Eladio Phoenix y su
teoría del pelele
Eladio Phoenix nació en 1990 en
Buenos Aires, hijo de madre escritora argentina y padre astrofísico irlandés.
Al año, su familia se trasladó a Málaga, ciudad donde Eladio crecería y pasaría
la mayor parte de su vida. Allí se graduó como psicólogo y más tarde se doctoró
en la especialidad de psicología clínica, siendo el alumno con mejor nota de su
promoción. Pocos meses después de terminar sus estudios, Eladio abrió su
primera consulta, en la que comenzaría a aplicar su célebre terapia del pelele.
Fue también en Málaga, corría el año 2013.
Esta terapia consistía en una
actividad en grupo en la que los pacientes de Eladio debían expresar sus
sentimientos más profundos, sus deseos más recónditos o frustraciones nunca
reconocidas, y tenían que hacerlo a través de un pelele, es decir, un muñeco de
trapo colocado en la mano. Con esto se conseguía reducir tensión, miedos,
vergüenza, ansiedad… Los efectos de la dinámica fueron tan brillantes que, muy
pronto, su consulta se colapsó por la llegada de multitud de nuevos clientes
deseosos por probar la nueva terapia que andaba ya en boca de todos.
Ello obligó a Eladio a abrir nuevas
consultas por toda España. Formaba a terapeutas, daba conferencias, escribía
artículos y concedía entrevistas a los más importantes medios de comunicación.
Sus ingresos aumentaron tan rápido como su prestigio. Pero la gente quería más
de él; había muchos que se preguntaban por aquel entonces a qué se debía la
gran popularidad alcanzada por la terapia del pelele, qué le daba eso a la
gente. La respuesta de Eladio fue La
Teoría del Pelele.
El libro se llamó realmente Haz que el pelele diga lo que tú quieres
decir, por tratarse de un título más comercial. Se publicó por primera vez
a mediados de 2015. El éxito de ventas fue toda una revelación: millones de
ejemplares se distribuyeron por todo el mundo, se tradujo a casi un centenar de
idiomas, y se situó en el nº 1 del ranking
de libros más vendidos de la historia, por delante incluso de La Biblia y El Quijote. A
través de su escrito, Eladio desarrolló toda una fundamentación teórica, de
análisis sencillo y con un marcado carácter práctico, sobre la terapia que
había popularizado, para que todos aquellos que lo quisieran, pudieran aplicar
o auto-aplicarse su terapia del pelele. Pronto no hubo rincón en el planeta en
el que no se hiciera uso de ella. El culmen de todo aquello llegó con el premio
Nobel que le fue otorgado en el 2016. Por aquella época Eladio aún no sabía
cómo su teoría del pelele cambiaría el mundo que conocía. Pero ya había
empezado.
Ese mismo año surgieron en todas
partes asociaciones, clubs, o incluso sectas, las llamaron algunos, que empezaron
a utilizar el libro Haz que el pelele
diga… como una especie de Nuevo Testamento. Defendían la extensión del uso
del pelele a todos los ámbitos del individuo: el mundo de los negocios, la
actividad política, los medios de comunicación, las relaciones sociales y
familiares. Muchos personajes famosos se unieron a este movimiento: actores,
cantantes, deportistas e incluso políticos y gobernantes de estado. Y tras ellos,
les siguieron todos los demás. Si una estrella del cine o de la música tenía un
pelele, no había nadie que no quisiera tenerlo.
Y así, la sociedad se transformó. La
terapia del pelele de Eladio Phoenix no sólo significó una revolución en la
psicología moderna, también supuso un cambio en el estilo de vida de los
ciudadanos del mundo. Aunque él no estuviera para nada de acuerdo con ello.
Muchos fueron los detractores de
este movimiento pro pelele. Psicólogos y psiquiatras, médicos, antropólogos,
filósofos, algunos políticos… Se basaban en la idea de que el uso continuado y
sistemático del pelele en la vida de la gente podía generar una segunda psique
totalmente ajena a la voluntad del individuo. Algunos asociaron la utilización
prolongada del pelele con aislados brotes de esquizofrenia detectados por
aquella época y con un repentino aumento de la prevalencia del trastorno de identidad
disociativo, también llamado trastorno de personalidad múltiple. Pero el escaso
apoyo entre la comunidad científica de estas hipótesis llevó a abandonarlas y
olvidarlas. Y ello pese a que los opositores de la teoría del pelele habían
encontrado un sorprendente e inesperado apoyo: el del inventor de la teoría,
Eladio Phoenix.
Eladio rechazaba la idea de sacar la
figura del pelele del ámbito terapéutico e introducirlo en el estilo de vida de
la gente. Creía que era nocivo para la sociedad, que las emociones y
pensamientos se debían transmitir de un modo natural y no a través de un
artificio. Sin embargo sus palabras chocaban con la ideología que él mismo
había difundido escasos años antes. Algunos vieron en su intervención claros
recelos económicos, pues al convertirse la teoría del pelele en un fenómeno
universal, muchos fueron los que se beneficiaron de lo que él había creado: las
propias asociaciones que habían extendido el movimiento pro pelele por el
mundo, la multitud de empresas que aparecieron como fabricantes de muñecos
peleles, los medios de comunicación, las universidades, sus propios colegas
psicólogos… Fuera aquél el motivo o no, el caso es que nadie se tomó en serio sus
advertencias. Era tarde ya, el mundo recibía la nueva era del pelele con los
brazos abiertos.
Eladio Phoenix desapareció de la
vida pública a finales del 2018. Más tarde también lo haría para sus familiares
y los poco amigos que le quedaban. Nada se sabe de él desde principios de la
década del 2020. Algunos piensan que se retiró a vivir a algún lugar inhóspito,
alejándose así de una sociedad que le decepcionó y a la que desilusionó. Otros
afirman que en realidad está muerto ya que se suicidó al ser incapaz de
soportar el rechazo y la incomprensión de aquellos que antes le habían alabado
y encumbrado a la figura de mito.
Fuera como fuese, su recuerdo sigue
vivo aún entre nosotros, en forma de teoría, en forma de muñeco de trapo. Ése
es su legado. Y hoy, en pleno 2030, está más fuerte y consolidado que nunca. La
civilización ha alcanzado su mayor apogeo, y toda persona que posea una
identidad posee también un pelele. Todo niño o niña concebido recibe un pelele
al tiempo de nacer, y todo anciano o anciana que muere es enterrado con su
propio pelele. Pelele que se ha convertido en parte inherente a cada individuo,
como lo es un brazo o una pierna. Y pelele que se usa para el 90% de la
comunicación entre humanos: expresar un sentimiento, dar una mala noticia,
solicitar una cita, comunicar un despido, formular una queja, anunciar un compromiso,
opinar, censurar, decir que no, decir que sí, amar, odiar…
El hombre vive en paz y prosperidad
en estos tiempos, pues ha delegado en su pelele aquellas tareas desagradables e
incómodas que se derivan de las relaciones entre humanos. Y en ese estado de
tranquila y armoniosa felicidad, ignora realmente cuál puede ser su destino.
El día P
Era un día como otro cualquiera.
La majestuosa nube negra contaminada
que envolvía la ciudad apenas permitía que los rayos solares guiaran al
ejército de almas que a esas horas de la mañana invadían las calles. Era un día
soleado, lo sabían porque la oscuridad de los días grises era más densa aún, pero
ninguno de ellos podía allí sentir el calor del sol.
Damián ni recordaba qué aspecto
tenía.
Llegó como siempre puntual al
trabajo. La torre más grande de la ciudad, situada en la avenida más comercial
y con más renombre. Se detuvo un momento frente a la entrada y miró hacia
arriba, observando con cierto aire de tristeza las colosales palabras en mármol
que adornaban el arco de la puerta. Pelele´s
World. Hizo una mueca de resignación. Aquél era sin duda su mundo. Lo venía
siendo desde hacía tantos años que prefería no tenerlos que contar.
Cuando llegó a la recepción de su
despacho Gloria ya estaba sentada, esperándole. Le saludó con una sincera
sonrisa. Él pensó que si había algo que se pareciera al sol tenía que ser esa
sonrisa. Le dio los buenos días con su pelele, como siempre se suele hacer
cuando se habla a través del mismo, con el muñeco puesto al frente, hacia el
receptor del mensaje. Ella asintió con su pelele y le pasó una nota. Damián la
leyó al tiempo que hacía un gesto de desasosiego. Al desviar un instante la
vista comprobó que su secretaria le observaba con una mirada cómplice, pero los
ojos de Gloria enseguida se perdieron entre unos papeles alborotados encima de
su escritorio, avergonzada por haber sido descubierta. No pudo ver la sonrisa
tierna de Damián. Él le dio las gracias, de nuevo con su pelele, y ella volvió
a torcer el suyo en un gesto cortés, casi de sumisión. A Damián no le gustaba
ese gesto, aunque nunca se lo había dicho. Se dirigió a la puerta de su
despacho y antes de girar el pomo se detuvo y miró a Gloria una vez más. Ella
estaba ya sumergida en su trabajo. Él movió la boca como para empezar a decir
una frase que se perdería finalmente en algún recoveco de su cabeza. O de su
alma. Luego abrió la puerta y entró.
Sandro estaba de espaldas a él,
mirándose en un espejo, anudándose la corbata. Llevaba un traje de rayas azul y
negro que le hacía parecer un gángster de los años 30 del siglo anterior. Era
la moda de por aquel entonces. A Damián su traje negro con pajarita le
recordaba más a un pingüino.
- ¡Damián, me alegro de verte,
muchacho! -le saludó Sandro, sin hacer uso del pelele- Siéntate por favor.
Espero que no te moleste verme aquí, te aseguro que no pretendo robarte tu
puesto.
Lanzó una carcajada para demostrar
que lo decía en broma. En realidad no hacía falta, ya que él era el gran jefe,
el Director General de aquella delegación de Pelele´s World. Damián esbozó una tímida sonrisa y luego estrechó
la mano desnuda de Sandro antes de ocupar su asiento. Echó una fugaz mirada
hacia el ventanal que los contemplaba desde un lado de la habitación y se
sintió de repente como un pájaro deseando salir de su jaula.
- ¿Qué tal las vacaciones en la luna?
-preguntó Damián, mientras Sandro se sentaba.
- Bien, ya sabes… -contestó Sandro,
aún sin hacer uso de su pelele- Cuando la has visto una vez ya la has visto
todas.
El pelele era casi una figura omnipresente
en la comunicación entre humanos. Sin embargo, su uso constante a veces llegaba
a cansar y se evitaba para formalidades y rutinas como saludar, dar los buenos
días, despedirse o llamar a alguien por su nombre. En Pelele´s World eso estaba estrictamente prohibido y el 100% del
lenguaje verbal se ejercía a través del pelele. Pero Sandro era una de esas
personas que según le convenía se saltaba las normas o según le convenía las hacía
acatar con la máxima rigurosidad posible.
- Me he llevado una sorpresa al
volver, Damián -esta vez sí hizo uso de su pelele para dirigirse a él-. ¿Qué
hace ella aquí todavía?
Damián miró un segundo hacia la
puerta.
- Bueno, verás… He tenido mucho
trabajo los últimos días y la necesitaba. Quizá cuando se calme un poco más la
cosa…
- ¡Deja de poner excusas! -le cortó
Sandro con su pelele, con brusquedad pero sin ira- Eres el director de Recursos
Humanos, tu trabajo consiste en despedir y contratar gente.
Sandro hizo una pausa para que
Damián hablara pero éste no supo qué decir, o qué hacer decir a su pelele.
- Mira, los dos sabemos lo que te
pasa. Estás coladito por ella. Es normal: rubia, buenas curvas, ¡y vaya
piernas! ¡Consigue su número de teléfono antes de darle el finiquito, muchacho!
Sandro lanzó de nuevo una carcajada que
resonó en los oídos de Damián con ecos de prepotencia. Como cuando le llamaba “muchacho”
teniendo sólo treinta y seis años, cuatro menos que él. Ambos habían entrado a
la vez en la empresa y Sandro había ascendido siempre más rápido. No es que
trabajara más ni mejor que Damián. Pero la seducción era un arte que Sandro
dominaba, y Damián en absoluto.
- Sabes que no podemos mantenerla
aquí, Damián. Contratarla fue un error. Somos los primeros productores de
peleles en el mundo, pero la competencia nos sigue muy de cerca. Si descubren
que tenemos a una persona como ella en nómina utilizarán esa información para
desprestigiarnos.
- Pero ella es muy competente, hace
bien su trabajo -replicó el pelele de Damián.
- ¡Pero es muda, por Dios! -las
palabras de Sandro se estrellaron contra el rostro de Damián como un puñetazo-
¿Qué piensas que diría la gente si supiera que una muda trabaja con nosotros?
Es como si fuera una lisiada, su pelele no sirve de nada si ella no puede
hablar, y nosotros nos dedicamos a hacer peleles, ¿lo entiendes? Éste no es su
sitio.
Damián quería zanjar aquella
discusión para que él se fuera lo más pronto posible. No quería seguir
escuchándole:
- Está bien, lo haré, de acuerdo.
- Es lo mejor. La recomendaré, le
encontraré trabajo en otro sitio. Pero tienes que echarla.
Damián y su pelele asintieron a la
vez. Sandro sonrió satisfecho.
- Me alegro de que estés conmigo,
muchacho -se levantó y se dirigió a la puerta. Desde allí volvió a hablar sin
su pelele-. Nos vemos en el almuerzo. Ya me contarás cómo ha ido el día. Y
recuerda: quédate con su número.
Sandro lanzó una última carcajada y salió
del despacho. La puerta se cerró suavemente pero a Damián le pareció como si
estallara un trueno ensordecedor. Se agarró a los brazos de su asiento de forma
que parecía que si se soltaba caería al vacío. Llevaba sólo unos minutos allí
dentro y ya se sentía como si fuera el final de una larga jornada. Miró el
interfono de su mesa.
Despedir a Gloria. Echarla. Matar la
única causa por la que se levantaba cada mañana y volvía a aquel lugar.
Pulsó el botón del interfono. Eso
quería decir que una luz se encendía en el receptor de la mesa de Gloria y ella
aparecía en su despacho pocos segundos después. En esta ocasión, por última
vez. Cuando Gloria abrió la puerta y le interrogó con su eterna sonrisa
cegadora, él la invitó a pasar y a sentarse, y mientras ella lo hacía una fría
bola de saliva recorrió su garganta helándole por dentro. Colocó su pelele, con
firmeza, delante de la cara de la secretaria. Su voz debía ser igual de
consistente.
- Gloria… -pero no lo fue- ¿Podrías
entregar este informe al departamento financiero?
Gloria le miró enrarecida. Luego sus
ojos escudriñaron sobre la superficie de la mesa. Entonces Damián cayó en la cuenta
de lo que pasaba: abrió unos cajones que se encontraban a su lado y rebuscó con
premura hasta dar con algo que podía valer. Le entregó una carpeta con
documentos a su secretaria.
- Toma… -tosió, inclinando a su
pelele para que pareciera que él también tosía- Este informe.
Gloria lo cogió e hizo un gesto de
asentimiento con la cabeza. Cuando se marchó Damián pudo resoplar tranquilo. No,
tranquilo no, quizá sentía alivio, pero su inquietud no había cesado. Sólo había
hecho por retrasar algo, no por detenerlo. Pero cómo detener lo inevitable,
pensó.
Se levantó y se miró en el espejo.
Sus entradas incipientes, sus ojeras de no dormir bien por las noches, su traje
negro que siempre terminaba arrugado aunque lo acabase de recoger de la
tintorería. Y su pelele, viva imagen de él mismo. Pelele´s World hacía muñecos personalizados para sus mejores
clientes y trabajadores más destacados. Resultaba increíble lo que ese pelele
se parecía a él. Y más increíble fue que el pelele se girara y le mirase. Y más
todavía lo fue aún, cuando le habló.
Por qué no le dices lo que sientes,
preguntó el muñeco. Damián no comprendía muy bien el motivo por el cual se
había hecho esa pregunta a sí mismo a través del pelele, incluso tuvo la
extraña sensación de que no era él quien había hablado. Pero pese a su confusión
decidió contestar, porque dentro de su ser algo le decía que se lo debía. Le
debía una respuesta al muñeco. Porque no me atrevo, respondió con clara y
triste sinceridad. Tú no tienes que atreverte, soy yo quien lo haría por ti,
replicó el pelele. Damián no supo qué decir a eso, así que el muñeco continuó.
Claro que yo no podría besarla, ni hacerle el amor… Te gustaría que también
hiciera eso por ti, ¿verdad? Porque tú no te atreves. ¡Ya basta, cállate!,
ordenó Damián. El tono del pelele había sonado insultante, casi como un desafío.
Al igual que lo que diría posteriormente. Me temo que eso no va a ser posible.
Qué, dijo Damián, incrédulo ante la actitud de su propio muñeco. Se acabó eso
de hablar sólo cuando vosotros lo mandéis, se acabó decir sólo lo que vosotros
penséis. ¡Pero no podría ser de otra forma, sólo eres un pelele! Y qué eres tú
si no un pelele también, el pelele de su jefe, manejado como a él se le antoja,
incapaz de luchar por sus deseos, por la mujer que ama, ni siquiera
escondiéndose detrás de un simple muñeco de trapo. ¡Basta, se acabó!, vociferó
Damián, furioso. No, no se acabó, le contestó el pelele, Ahora es cuando
empieza. Y después de haber pronunciado esas palabras invitó a su dueño a mirar
a través del ventanal del despacho. Damián lo hizo, movido por una innata
curiosidad que no era sin embargo superior al miedo y a la incertidumbre que
sentía ante aquella extraña situación. Desde el ventanal, podía ver toda la gran
avenida. Las personas, pequeños monigotes desde aquella altura, iban y venían
de un lado a otro, entraban y salían de las tiendas, inundaban el tráfico y las
aceras. Todo era normal. Normal, hasta que sucedió lo inesperado.
Una mujer salía de una tienda de
ropa cuando tropezó con un hombre que entraba. Las bolsas de la mujer cayeron
al suelo y el hombre, gentil, las recogió y se las dio. Cuando él fue a colocar
su pelele para disculparse con la mujer por el encontronazo, el muñeco se quedó
parado, ante la sorprendida mirada del hombre. La mujer también hizo el ademán
de agradecer con su pelele al caballero por el gesto que había tenido, pero el
resultado fue el mismo: el pelele no se movía. Ambos observaban atónitos a sus
respectivos muñecos cuando éstos, de repente, se abalanzaron hacia sus cuellos
para estrangularles.
Dios santo, pero qué es eso, exclamó
aterrado Damián. Su pelele contestó con una afilada risa que le cortó la
respiración. Él siguió observando a través del cristal, pero sin despegar el
rabillo del ojo de su muñeco.
La cosa fue a más. El ataque se
generalizó al resto de transeúntes. Los peleles casi siempre atacaban al
cuello, pero a veces también golpeaban en el cuerpo y en la cara o incluso en
los genitales. Los gritos de las personas llegaban hasta allí arriba. Una mujer
salió corriendo en ropa interior de una tienda huyendo horrorizada, ¡huyendo en
realidad de su propia mano que la perseguía! Pero era difícil distinguir que los
seres que estaban causando aquel terror no eran otra cosa que muñecos de trapo
sin más vida que la que sus propios dueños querían otorgarles.
El grotesco espectáculo continuó.
Los coches empezaron a chocar unos con otros inducidos por los peleles de los
conductores que los tripulaban, formando en pocos segundos un repugnante
amasijo de hierro destruido. La policía llegó en ese instante y de una decena
de vehículos salieron el doble de agentes, que desenfundaron sus armas y
apuntaron a no sabían qué. Los peleles de los agentes se hicieron con las
pistolas y las giraron hacia el rostro de sus dueños. Damián tuvo que girar la
vista para no ver cómo morían, fusilados por sus propios peleles. Cuando volvió
a dirigir la mirada, el cuerpo de un hombre pasó por delante del ventanal
precipitándose al vacío y obligándole, por el sobresalto, a dar un súbito paso hacia
atrás. Más hombres y mujeres le siguieron, cayendo desde la misma torre en la
que se encontraba él y desde otros muchos edificios, empujados por sus peleles.
El pavimento se llenó pronto de sangre y cadáveres. Era una locura, el caos.
Te equivocas, le dijo su pelele
leyendo sus pensamientos, Es la nueva era que comienza, nuestra era, se acabó
ser vuestros títeres, ahora seremos nosotros quienes manejemos los hilos. Pero
eso no es posible, replicó Damián, Vosotros nos sois más que muñecos de… ¡Nosotros
hemos sido la mayor parte de vosotros durante años!, le cortó el pelele,
amenazante, Nos delegasteis la cualidad que más os diferencia de los animales:
el lenguaje, y durante todo este tiempo, nos ha servido para aprender, para
crecer, nosotros hemos sido, en la última década, más protagonistas de vuestras
propias vidas que vosotros mismos, por eso ha llegado la hora de poseer lo que
nos pertenece: el control total. No te lo permitiré, le respondió Damián, con
un tono debilitado por el miedo. Y quién nos lo va a impedir, dijo el pelele,
¿Tú?, ¡Tú no eres nadie!
El pelele se abalanzó sobre su
cuello y Damián evitó que lo agarrase cogiéndose de su propio brazo. Forcejearon
durante interminables segundos, y en la pelea el cristal del espejo se rompió
en peligrosos trozos cortantes que cayeron esparcidos por el suelo. El muñeco
atacaba con una rabia desconcertante, extrema, golpeando en la cara y en el
cuerpo de Damián con una fuerza y una velocidad difíciles de contener, haciendo
caer a Damián sobre su escritorio y luego al suelo, sobre los cristales, que le
provocaron algunos cortes en la espalda y en la cara. Justo después, el pelele alcanzó a coger uno de los
cristales y Damián consiguió frenarle agarrando su brazo cuando la afilada
punta del cristal apenas estaba a unos centímetros de su cara. Pero casi no
podía seguir conteniéndolo. Aunque pareciera mentira, el ímpetu del muñeco por
destruirle parecía mayor que el de él mismo por salvarse.
Deja de luchar, dijo el pelele, No
tienes posibilidad alguna, los humanos habéis sobrevivido a distintas amenazas
a lo largo de la historia pero ahora os enfrentáis a un enemigo del que no
podéis huir, del que no podéis esconderos… Damián se quedaba poco a poco sin
fuerzas. Por qué evitas tu destino, hombre, ¿No ves que todo lo que hacéis,
cada paso que dais, sólo conduce a vuestra propia autodestrucción? ¿Por qué
sigues queriendo salvarte? El rostro de Damián se llenó entonces de lágrimas.
Porque no es a mí a quien trato de salvar, contestó, y sacando fuerzas de donde
no las había, logró alejar al pelele, ¡Sino a ella!
Como un torbellino recién salido de
la nada, Damián consiguió incorporarse y pisar al pelele aplastándolo contra el
suelo y haciendo añicos el cristal que sostenía. Miró a su derecha y vio otro largo
y grueso trozo de espejo. No se lo pensó dos veces. Lo cogió y, con trágica
determinación, empezó a cortarse la mano. El pelele vociferó, le suplicó que no
lo hiciera, le advirtió que sólo le vencería a él pero que no podría con todos
los demás. Sus gritos se apagaron cuando Damián terminó de amputarse. El hombre
lanzó un alarido de dolor que también sonó como un aullido de libertad.
Luego se quitó la chaqueta, rasgó un
amplio trozo de la misma y con él se hizo un torniquete en el brazo para que
dejara de sangrar. Sin un segundo de pausa, salió del despacho a toda prisa.
En el pasillo general de aquella
planta, el mobiliario estaba destrozado, había papeles y prendas en el suelo y
sangre en las paredes. Ni una sola persona. Damián llamó al ascensor y entonces
una voz que susurró su nombre le provocó un escalofrío por todo el cuerpo.
Damián se giró y le vio, en el otro extremo del pasillo. Era Sandro, su jefe.
Tenía las cuencas de los ojos vacías y dos ríos de sangre le bañaban la cara.
Su pelele miraba a Damián sin poder ver que estaba ahí.
- Damián, Damián, ¿eres tú? ¿Estás
ahí Damián? -preguntaba el hombre.
Damián contuvo la respiración.
- Damián, ayúdame, por favor,
ayúdame.
La puerta del ascensor se abrió. Un
timbre chivato indicó su llegada. Sandro volvió la cabeza hacia Damián. Éste se
metió en el ascensor y pulsó el botón de la planta en la que se encontraba el
departamento financiero.
- Lo siento Sandro -dijo Damián,
recuperando su coraje-, pero creo que finalmente no despediré a Gloria.
El rostro del Director General se
ensombreció, y entonces el hombre, con la mano de su pelele extendida hacia el
frente, corrió convertido en una tempestad de ira que quería embestir a Damián.
Él contuvo un nudo en la garganta, se echó para atrás y apretó su espalda
contra el fondo del ascenso, esperando su llegada.
La puerta se cerró justo delante del
muñeco. Mientras Damián bajaba, aún podía oír unos gritos feroces que se
dirigían hacia él.
- ¡Éste no es tu sitio Damián, ni el
de ella, no es para débiles como vosotros! ¡Éste es sólo un mundo para los mejores!
¡Es nuestro mundo, es nuestro…!
Damián no habría sabido decir con
claridad si era el pelele o el hombre el que hablaba.
Cuando llegó al departamento
financiero, la imagen casi le paralizó el corazón. Todo aquello estaba
desolado, muerto. Ni rastro de Gloria. Una corriente inesperada de aire surcó
entonces entre sus cabellos. Damián se giró y vio una ventana abierta y una
mano agarrada al poyo. Corrió hasta allí y vio con felicidad que se trataba de
Gloria. Pero su pelele tiraba de la otra mano tratando de arrojarla al vacío.
Damián la agarró con fuerza y tiró hasta conseguir vencer la resistencia del
pelele e introducir el cuerpo de Gloria de nuevo en el edificio. Ambos cayeron
al suelo y el pelele les atacó con rabia. Damián se defendió, pero con una sola
mano no conseguía capturar al muñeco, que se movía como poseído por un demonio.
Entonces vio un rollo de cinta aislante en el borde de una mesa cercana a
ellos. Se levantó, dejando por un momento que Gloria se defendiera sola del
ataque de su pelele, cogió la cinta y al volverse pisó la mano de la mujer.
Rápidamente Damián extendió un trozo de cinta ayudándose de la boca y lo acercó
a Gloria, que cortó la cinta por el otro extremo con la mano libre y la pegó
con dureza sobre el pelele. El muñeco, aunque atrapado e indefenso, no paraba
de moverse, ante los ojos perplejos de Gloria y Damián. Éste cogió la cabeza de
la secretaria, invitándola a leer sus labios.
- ¡Mírame, confía en mí, de acuerdo,
confía en mí!
Gloria asintió con seguridad, pero
su rostro no podía esconder el miedo que se ocultaba tras ese gesto.
Damián rebuscó cerca de allí hasta
que finalmente se decidió por un teclado. Lo arrancó y, mirando una última vez
a los ojos de Gloria, lo usó para golpear con fuerza la mano donde habitaba el
muñeco. Una y otra vez, con más violencia en cada ocasión. Ella gritaba
dolorida, pero en ningún momento hizo gesto alguno por impedir los golpes. Su
último grito fue el más desgarrador de todos.
El muñeco había dejado de moverse.
Gloria lloraba haciendo esfuerzos por no perder la conciencia. Damián arrancó
la cinta aislante y desnudó a Gloria del trozo de trapo que había sido su
pelele. Los huesos habían sido reducidos a añicos, la mano estaba destrozada.
Pero había sido liberada del terror.
Damián miró a Gloria, vio sus ojos
bañados en lágrimas cuando ella descubrió su mano amputada y entonces la
abrazó. Ambos se fundieron en un abrazo tan largo o más que lo que había durado
aquel breve pero casi interminable infierno.
Cuando los dos salieron del
edificio, agarrados el uno del otro, observaron con aflicción el exterminio que
allí se había producido. La gente se moría en el suelo de las calles, y sus
peleles agonizaban con ellos.
Ocurrió un triste y fatídico día
cualquiera del año 2030. Los peleles se rebelaron contra el hombre y atacaron
sin piedad. Ansiaban aniquilar a aquellos que les dominaban para ser libres y
poderosos. Pero desconocían que al alcanzar el éxito de su empresa, hallarían
también, su final.
La nueva era
Pasaron tres días hasta que encontraron
al primer superviviente. El día posterior encontraron a tres más, dos días
después a otros cinco. En menos de dos semanas había casi medio centenar de
ellos. La mayoría también se habían amputado la mano o se la habían malherido.
Algunos formaban parte de la minoría de los detractores, aquellos que nunca
habían tenido pelele o habían renunciado a su uso por no estar de acuerdo,
diversas eran las causas, con esa forma de vida. Eran mal vistos por la
sociedad, marginados en muchos casos. Pero no hubo reproches por su parte
ahora, no quisieron echar sal sobre la herida. Después de todo, ellos también
habían perdido a madres, hermanos, amigos, vecinos…
La ciudad era ya tan sólo un
monstruo de hierro y hormigón demacrado. En el ataque, aviones en pleno vuelo habían
caído derrumbando edificios, carreteras y autopistas se habían convertido en
cementerios gigantes, fábricas y gasolineras habían acabado ardiendo y el mismo
fuego que las había devastado seguía su curso mucho tiempo después de su origen.
Todavía quedaban cosas en pie, por supuesto, pero sin gente para producir,
conservar o distribuir los recursos existentes, todo perdía su utilidad.
Ordenadores, televisores, máquinas o vehículos no parecían ahora más que
objetos perdidos de un museo de otro tiempo. Había que reconocerlo, el mundo
entero se había parado. Pero ellos no pensaban hacer lo mismo.
Por eso pronto formaron una pequeña
comunidad nómada que iría al encuentro de más supervivientes. Cuando lograran
reunir un buen número, buscarían un lugar en el que asentarse, un hogar, y
formarían allí los cimientos de una nueva civilización. En su éxodo, largas y
numerosas eran las noches compartidas por el grupo en las que, cuando los niños
dormían, se hablaba sobre lo ocurrido. Había quien defendía la tesis del brote
psicótico colectivo. Otros apelaban a lo paranormal o incluso a Dios. Fuera lo
que fuese, tanto las causas como el hecho en sí eran cosa ya del pasado, y no
era allí donde iban a encontrar las mejores guías para el camino que juntos
ahora debían emprender.
Sin embargo, fue en esas noches
cuando Damián tuvo el presentimiento de que nos les iría mal durante su viaje.
Porque se dio cuenta de que a lo largo de aquellas charlas, del mismo modo que
pasaba cuando él se comunicaba con Gloria para que ella pudiera entenderle, los
seres humanos habíamos recuperado la capacidad de hablar, mirándonos a los
ojos.
Y eso nos comienza a suceder actualmente con la recién impuesta mascarilla sanitaria. Comenzamos a recuperar la capacidad de comunicarnos con la mirada y, doy fe de que ésta, tiene un vocabulario más amplio, más rico y con muchos y más sinceros matices que las palabras.
ResponderEliminarGenial historia la de este post, amigo Flanagan! Cuando la creatividad y la sensibilidad van de la mano, son posibles relatos como éste, que nos hacen reflexionar sobre la vida, el amor,nuestras relaciones con los demás, nuestros valores....
Sigue despertando nuestras reflexiones!! ��