domingo, 25 de septiembre de 2022

LA PÉRDIDA DEL HUMOR



Un día, así, de repente, se dio cuenta de que había perdido el sentido del humor.


Ya no se reía, al menos no como antes. Ahora, cada risa era corta y forzada. Y tampoco se le ocurría ningún comentario jocoso, ¡a él!, que era conocido por convertir cualquier anécdota en un chiste. Lo único que le salía decir eran banalidades sin más.


Para recuperar su sentido del humor se hizo decenas de maratones de series stand up comedy, fue a ver a cada monologuista que visitaba la ciudad, acudió a talleres de risoterapia, se compró una Enciclopedia del humor con miles de chistes e incluso fumó marihuana. No se perdía una fiesta con los amigos y participaba en las conversaciones, poniendo de su parte para hacer alguna gracia. Pero no le salía. Ni se reía ni hacía reír, y le angustiaba no saber el porqué ni el cómo conseguiría volver a su viejo yo, al que, con el paso del tiempo, ya casi estaba olvidando.


Una tarde, paseando por las calles como un zombi, perdido entre la gente y sus propios pensamientos, se sentó en un banco, solo, abatido y desesperado por su situación. Una primera lágrima brotó de sus ojos y le resbaló por la mejilla. Roto por dentro, a esa primera lágrima la siguieron muchas más. Y muchas más. Lloró con desenfreno, sin control, lloró como solo puede llorar alguien convencido de que había perdido lo más preciado que tenía.


Y después de horas llorando, cuando se agotaron las lágrimas y se vació el dolor, un escalofrío de alivio le sacudió el cuerpo.


Entonces, lo supo.


Había vuelto.

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