viernes, 6 de enero de 2023

LA CARRERA

 



Salió a correr como cada mañana temprano. Y, en mitad de la ruta, se la encontró. Hacía años que no la veía, pero la reconoció al instante. Y es que, ¿cómo olvidarse de ella si le había roto el corazón?


Estaban a punto de cruzarse y él no sabía qué hacer, qué decir. Nunca se está preparado para un momento como ese. Entonces, cuando solo se encontraba a un palmo de ella, lo hizo. Le salió instintivo, fue un impulso, no pensó en ello, simplemente lo hizo: la besó.


Cuando despegó los labios de los suyos y vio su cara de asombro, de nuevo otro impulso: “Píllame si puedes”, le dijo, y empezó a correr de nuevo. Ella se quedó paralizada. Solo un instante… después, salió corriendo tras él. Él sonrió, le gustó que ella hiciera eso, pero enseguida tuvo que acelerar la marcha, porque ella era rápida, muy rápida, y además parecía bastante enojada. Ella también aceleró al ver que él lo hacía y, de repente, ambos se encontraban protagonizando una persecución en medio de la ciudad.


Él notó cómo su dopamina se disparaba y se le alegraba el corazón (y hacía tiempo que eso no le sucedía). Estaba haciendo algo con ella, después de tanto tiempo, volvían a jugar, volvían a hacer algo juntos.


En medio de su felicidad, de nuevo tuvo que acelerar la marcha porque ella estaba a punto de alcanzarle. Él corrió lo más rápido que podía y ella, al ver que se le escapaba, al fin se detuvo, agotada, dándose por vencida. Él siguió alejándose al tiempo que volvía la mirada y veía que ella recuperaba la respiración y le miraba fijamente. No supo descifrar en su rostro si seguía enfadada o si se sentía, como él, divertida por la situación.


Él sí estaba contento, muy contento. A pesar de las dudas. ¿Qué habría hecho si le llega a alcanzar? ¿Le habría abofeteado? ¿Le habría devuelto el beso? (Ojalá) ¿O simplemente le habría dicho “¿A ti qué coño te pasa?”? Era posible que le llamara o le escribiera para decirle eso último, y entonces él aprovecharía esa circunstancia para hablar con ella, recordar viejos tiempos y, quién sabe si retomar el contacto. Pero también era muy probable que no pasara nada de eso, que ella solo se olvidara de aquello y no le llamara ni le escribiera y, quizá, no se volvieran a ver nunca más.


Entonces, él se preguntó, ¿por qué no se había dejado coger?


Estuvo tratando de dar respuesta a esa pregunta todo el día. Al final, por la noche, llegó a la conclusión de que ninguno de sus actos había sido premeditado o razonado, sino que se había dejado llevar por sus impulsos, por el corazón. El beso, la carrera, seguir jugando hasta ganar. No había medido los resultados ni las consecuencias. Solo había vuelto a verla y había vuelto a jugar con ella. Era lo único que pretendió. Y era suficiente.


Y lo que viniera después, ya daba igual. Él se fue a la cama en paz consigo mismo, contento. Y se durmió. Se durmió acompañado del ferviente deseo de levantarse a la mañana siguiente y volver a salir a la carrera. 


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