Todo es paz. Y todo es amor.
Así es durante toda su existencia.
Se siente en calma, protegido por una entidad superior, y porque siente la presencia y la protección de esa entidad superior, se siente en calma.
Y así sigue siendo... durante casi toda su existencia.
Hasta el día de su muerte.
De repente, en solo un instante, su plácida y armoniosa vida, que parecía inquebrantable, invulnerable, se tambalea. Todo empieza a moverse alrededor, a cambiar, a transformarse, a desintegrase. Y por primera vez, siente el miedo.
Miedo que nace de la incertidumbre. No sabe que está pasando. Ni nunca lo sabrá. Menos aún cuando ya, al borde de su muerte, vea la luz al final del túnel.
El agujero se abre y le empujan a pasar por él para llegar a la otra vida. Se resiste con todas sus fuerzas, porque no quiere abandonar el que ha sido su hogar, su cálido y dulce hogar, durante toda su existencia. Los esfuerzos son en vano. Finalmente...
... el feto muere. Todo lo que había sido su mundo, lleno de paz y amor, es ahora caos completo: luz cegadora, ruido estridente, manos que lo retuercen, la entidad superior blasfemando de dolor. La alejan de ella y lo dejan solo, solo con su trauma, solo frente a un nuevo mundo que rompe con todo lo anterior. Ha muerto y está en el infierno.
Y allí continuará, durante mucho tiempo, junto a otras almas errantes, buscando siempre el que fue su hogar, buscando paz, y buscando amor. Y, a veces, lo encontrará.
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