Sinopsis: Una noche de juerga más para Carlos. Mucho alcohol, chicas, y algunos chistes malos. Malos como la vida misma.
― ¿Sabéis por qué en África nunca
ven el telediario? Porque lo ponen a la hora de comer.
Risas generalizadas. Incluso yo sonrío, de forma muy muy imperceptible,
ante la ocurrencia de Cristóbal; aunque sin duda se debe más a las cuatro
jarras de cerveza que ya me he bebido que a su ingenio. Es sábado noche y
estamos en La Vidriera, uno de esos sitios con grifos de cerveza en las mesas y
marcadores que indican los litros consumidos, para que los grupos compitan
entre ellos, la gente se emborrache y el dueño del local llene la caja
registradora. El plan es cogerla (referido
a los efectos del alcohol) y cogerla (referido
al sexo femenino), según palabras explícitas de alguno de los cuatro fulanos (tres
y medio más bien, ya que Víctor casi no cuenta) con los que comparto mesa y
alcohol.
― Vale, ahí va éste ―dice ahora Felipe, pidiendo que le
escuchemos, seguramente porque ha tenido una educación muy permisiva por parte
de sus padres o los cuidadores del zoológico donde fue criado, lo que le ha
llevado a la mala costumbre de pedir de más, aunque nosotros (sí, puede que incluso
hasta yo) también tenemos nuestra parte de culpa, pues ya hemos cometido la
equivocación de escucharle otras veces y no vamos a dejar de hacerlo ahora
porque resultaría incoherente, en cambio, si nunca le hubiéramos escuchado
desde un principio (como hicimos con Víctor), ahora no tendríamos que hacerlo,
la noche sería más provechosa y es muy posible que también la dinámica de
nuestro grupo funcionase de modo más efectivo, y hago esta reflexión al mismo
tiempo que me doy cuenta de que Felipe acaba de iniciar su sexta jarra,
habiéndome cogido por tanto la delantera, y eso me hace desear que sea lo que
sea lo que se dispone a contarnos, tenga tan poca gracia y sea de tan mal gusto
que todos decidamos, conmigo a la cabeza, echarle del grupo de forma inmediata
(y a patadas, si también puede ser) y
nos conjuremos para evitar a cualquier precio que vuelva a dirigirnos la
palabra a cualquiera de nosotros; así que Felipe, ten mucho cuidado con lo que
pidas y digas a partir de ahora―. ¿Qué
hacen cien epilépticos en una disco? ―pausa,
intriga, aburrimiento…― La fiesta de la
espuma.
No ha estado mal, no me he reído, por supuesto, pero los demás sí, y eso
hace que me eche atrás en mi intento de exiliar a Felipe; ha tenido suerte, el
mérito es sin duda de la cerveza.
Vuelvo la vista a mi derecha y veo a dos chicas en una mesa cercana a la
nuestra. Están bebiendo también, lógico, mientras conversan con un grupo de
fulanos de nuestra edad (veintepocoañeros)
pero mucho más imbéciles (supongo, siendo perfectamente consciente del
extremismo de mi suposición), y entre los cuales se encontraran sus novios (no
supongo, me temo). Una es morena, la otra rubia, un 7 y un 8 respectivamente,
pues la rubia tiene mejores tetas, llevan vestidos ajustados, por supuesto, ya
que las dos son delgadas, y hablan y ríen muy cerca la una de la otra, lo cual
hace que me imagine a la morena cogiendo de repente a la rubia del pelo y
dándole un beso con lengua tan húmedo que la saliva de ambas bocas se desborda
sobre sus rostros, y luego la rubia, muy excitada, mete la mano por debajo de la falda de su amiga y
le acaricia ahí con ardor casi
frenético, de modo que hay momentos en los que la falda de la morena se levanta
lo suficiente como para que pueda ver sus muslos mojados, y me imagino sus
pezones tiesos, duros, vibrantes, como los de su amiga, y las veo a las dos
temblando de placer y llegando a un orgasmo precipitado y simultáneo, y justo
cuando se me va a poner dura el idiota de Ignacio cuenta su chiste cabrón de la
noche y me desconcentra.
― ¿Sabéis qué es lo que hay de
malo en encerrar a un sudaca en el
maletero de un coche y tirarlo por un barranco? ―pausa,
intriga, intento recuperar mi escena porno mental pero ya es demasiado tarde…― Que en el coche caben cinco más.
Risas, ja ja, je je, y mientras los demás malgastan su
tiempo en reír, yo aprovecho y me lleno mi quinta jarra de cerveza. Hay que ser
pragmático. Pero antes de que empiece a beber, una voz me sorprende, me delata,
me toca los…
― Eh, Carlos ―que desgraciadamente soy yo―, cuéntate uno. Tú eres un tío gracioso. Un
amargado, pero gracioso al fin y al cabo.
Desconozco quién ha sido
exactamente el hijo de perra, pero lo que me preocupa (lo que me llena de
espanto) es cómo ha llegado él a saber que soy un amargado, que soy gracioso, y
mucho peor que todo eso, ¿¿¿cómo sabe que me llamo Carlos??? ¿Qué estoy
haciendo con mi vida cuando permito que gente como ésta sepa tantas cosas sobre
mí? ¿No estaré haciendo algo mal? ¿No estaré haciendo muchas cosas mal? ¿No
debería decirles a la rubia y a la morena que se quiten la ropa de una vez y
practiquen el 69 porque eso hará que deje de hacerme estas preguntas? En fin,
seré tajante.
―
No, mejor no… o sea que… no ―digo a
todos en general, y bebo, deseando que haya sido suficiente. ¡Pero!, no es así:
― Venga Carlos ―dice otro de los hijos de perra―, anímate. ¿No te sabes ningún chiste cabrón?
Buena pregunta, ya que en teoría me permite mentir con facilidad.
― No, no, sinceramente, no ―pero hasta yo mismo he notado que me
temblaba un poco la voz al decirlo.
― Eso no es verdad ―¿por qué no? ¿Y tú quién eres? Como se lo
diga a tu madre―. Lo que pasa es que
eres un soso. Llevas, ¿cuántas, cinco jarras de cerveza con ésta? ―por favor, no me lo puedo creer, ¿cómo saben
tantas cosas de mí? ¿Me están investigando?―
Y todavía no se te nota ni contento. Eres un deprimido crónico.
Decido resignarme a la presión social a la que estoy siendo sometido sólo
por que me dejen en paz. Después de todo, mejor que hable yo a seguir
escuchándoles.
― ¿Queréis saber lo que pasa
realmente? ―y empiezo a decir en un
tono serio lleno de matices que van desde la indignación hasta el orgullo:― Lo que pasa es que sois unos insensibles
que disfrutan burlándose de las personas más vulnerables sólo para ocultar
vuestra propia vulnerabilidad, la fragilidad de vuestras mentes, el vacío de
vuestras conciencias y la degeneración de vuestras almas. Vuestra mofa cruel
hacia los pobres, los inmigrantes, los discapacitados o cualquier otro
colectivo diferente al vuestro, por el
simple hecho de serlo, me llena de una profunda tristeza que se mezcla con
cerveza fría e ira amarga que envenenan mis entrañas y pudren mi corazón. ¿Y es en este estado en el cual me siento
cuando queréis hacerme partícipe de vuestra chanza? ¿Queréis que os cuente un
chiste? Vosotros sois el chiste.
He acabado, y ninguna risa, ni una sonrisa siquiera, sólo encuentro caras
estupefactas, o decepcionadas, o aburridas, y no consigo creérmelo. Su silencio
me hace sentir desorientado, confuso, y no puedo evitar preguntarme: “¿Qué coooño está pasando aquí?” Hasta que
Felipe, alias “Estúpido de mierda”, me da su explicación:
― Carlos, son las 2 de la
madrugada, estamos muy bebidos, y a estas alturas nos hace gracia cualquier
cosa, ¿pero de verdad piensas que tu cinismo es apropiado para este momento?
― Eso es, Carlos ―está diciendo otro―, no nos malinterpretes, tu breve discurso habría sido
cachondísimo a otra hora del día, en otro contexto quizá, pero ahora no estamos
preparados para encajar tus finas ironías, ¿entiendes?
Y yo me pregunto que de qué están hablando, que qué ironías, que qué
cinismo, cuando todo lo que he dicho es cierto, es la realidad, y justo ahí es
donde está la gracia. Joder, ahí está la
puta gracia.
― Escuchad, yo tengo uno muy
bueno ―es Víctor, que comete el error
de atreverse a intervenir porque ha bebido demasiada cerveza, supongo.
― Y yo una mala noticia ―nos dice Cristóbal, levantándose―: Están cerrando. Así que nos vamos.
Y nos vamos.
Una tía de casi treinta años (seis -¡seis!- más que yo) con apestoso
aliento a tabaco me come la boca introduciéndome la lengua hasta la garganta.
Pero antes de llegar a esta terrible situación han ocurrido una serie de
acontecimientos encadenados que me propongo relatar simplemente por satisfacer
mi ego, y no tu curiosidad (tu innecesaria curiosidad) de imbécil.
Salimos de La Vidriera y nos dirigimos hacia algún sitio con la intención
de coger, tal y como estaba previsto
en el plan. Antes de llegar a Algún Sitio, a Ignacio le entran ganas de mear y
le acompañamos hasta un callejón para que lo haga, y yo también me pongo a
hacerlo a su lado, no porque tenga ganas, sino porque paso de esperar cola en
un garito de mierda cuando después mis riñones me estén diciendo que ya no
pueden más. Terminamos, nos unimos a los otros, caminamos, pasamos frente a la
entrada de un antro en el que ponen chupitos a 1 euro y decidimos entrar. En el
antro, obligamos a Víctor a que nos
invite a una ronda para todos de tequila. Nos la tomamos y nos sienta de puta
madre porque nos ponemos como motos y yo personalmente quiero comerme el mundo
e informo a los fulanos de mi firme compromiso de cumplir con este objetivo a
medio-largo plazo. Todos me apoyan menos Felipe. Para colmo, antes de salir del
antro tenemos que esperar por lo menos quince minutos porque al muy idiota le
han entrado ganas de mear y, por supuesto, hay cola. Cuando el imbécil vuelve, salimos, le decimos cosas a
tres guarras en minifalda que van por delante nuestra, y entretanto llegamos
hasta el Dolce Vita (anteriormente conocido como Burdeos, anteriormente
conocido como CQC,
anteriormente conocido como Pollo
Universitario, anteriormente conocido como etc.), las guarras pasan de largo,
nosotros entramos. Ambiente caldeado, música potente y muchas guarras
delgaditas y en minifalda. Nos pedimos más cervezas, damos una vuelta por el
lugar y terminamos por colocarnos estratégicamente, es decir, al lado de un
grupo de cinco chicas y ningún tío. Sin embargo, y estas cosas pasan, a los
pocos minutos llegan los novios, que habían estado en la barra pidiendo copas,
así que nos abrimos. Vemos a otro grupo de chicas, son cuatro, están con un
fulano, pero como no para de bailar nos suponemos que es maricón, así que nos
situamos junto a ellas. Hay dos rubias, una morena y otra de pelo castaño. Por
orden de puntuación: un 8 una rubia, un 7´5 la castaña, un 7´5 también la
morena, y sólo un 6 la segunda rubia, porque aunque tiene buenas tetas también
demasiada nariz. Como sé que la rubia 8 va a ser la meta de “Felimbecilpe”, desecho
esa opción, ya que la experiencia me dice que el estúpido suele alcanzar sus
objetivos, aún incluso cuando apunta tan alto como ahora (su encanto seductor
es directamente proporcional a su mongolismo); el maricón, aunque sigue sin
dejar de bailar, no se despega de la morena 7´5, así que empiezo a pensar que a
lo mejor no es maricón, sólo tímido, pero descarto a la fulana en cualquier
caso; y como la nariz de la rubia 6 cada vez me parece más grande, al final me
decanto por la castaña 7´5. Utilizo mis habituales tácticas: acercarme a ella
como quien no quiere la cosa (entendiendo “cosa” como sexo y “la” como toda la
noche), mirarla con descaro, y decirle alguna tontería de la que prefiero no
acordarme (aunque realmente es que no me acuerdo). En menos de cinco minutos
soy plenamente consciente de que no tengo ninguna posibilidad con ella: me ha
dado la espalda cuando me he acercado, ha evitado mis miradas, y ha lanzado
sonrisas cómplices a sus amigas cuando le he hablado para que la ayudaran a
salir del apuro; pero eso último no ha hecho falta porque al darme cuenta de la
evidente, y no por ello fácil de digerir, realidad, he pensado: “qué la
follen”, y que es muy probable que dentro de pocos años se le empiecen a caer
las tetas. Me he sentido mejor, pero luego veo que Felipe ya está manteniendo
una conversación distendida con la rubia 8 y eso me provoca una sensación de
angustia, de que rápidamente debo enrollarme con alguna fulana o si no moriré.
No, que debo enrollarme con alguna fulana o si no el cosmos entero acabará
desintegrándose. Así que observo a mi alrededor y compruebo que hay una morena
de piel pálida que me está mirando, que no está gorda, pero a la que quizá le
sobran un par de kilos, nota: un… Da igual la nota, lo importante es que me
mira, que hará cualquier cosa que le diga que haga, y que en unos minutos Felipe estará mordiendo los
labios de una tía buena, así que me acerco, le digo un par de cosas que no
tienen ninguna gracia pero que igualmente la hacen reír, como yo ya suponía que
pasaría, y después me presento, ella se presenta, dos o tres chorradas más y me
está comiendo la boca, ahogándome con su largísima y gruesa lengua y
traspasándome el apestoso hedor de aliento a tabaco que convierte el beso en
una agresión pura y dura, así que lo compenso poniendo mis manos sobre su culo y
para mi frustración descubro donde estaban el par de kilos que le sobraban, y
poco después noto además que mis manos están húmedas y, lo peor de todo, ¡que
lo están porque su culo está sudado! No obstante mi angustia y mi decepción se
incrementan aún más si cabe cuando compruebo que, mientras esta grotesca figura
me sigue devorando con sus fauces caníbales, Felipe ya está a la faena con la
rubia 8, y le odio, y me imagino que esta noche se acostaran los dos, que a él
se le olvidará ponerse el condón y que ella le pegará el SIDA, o peor aún
(mejor para mí por tanto) que la dejará preñada y ella después no querrá
abortar, y ese pensamiento-deseo, unido a que observo que ni Cristóbal ni
Ignacio ni por supuesto Víctor han ligado, me consuela un poco, pues aunque sé
que podría ser mejor (el pensamiento-deseo podría hacerse realidad y los otros
podrían haber ligado con algo tan
malo como lo que yo), entiendo que la noche no ha sido tan mala al fin y al
cabo y que es hora de retirarse.
― Ahora vuelvo ―le digo al engendro.
Me separo de la cosa y voy al
encuentro de los fulanos para decirles que me marcho, que quién se viene.
Cristóbal e Ignacio aún mantienen falsas esperanzas de ligar, así que se
quedan, por lo que me toca la desgracia de volverme con Víctor.
Los dos (o el uno y medio para ser más exactos) nos dirigimos a la salida
cuando una mano me coge del brazo por atrás. Me vuelvo y veo que es lo, mirándome desconcertada.
― ¿A dónde vas? ―se atreve a preguntarme.
Yo pienso con brevedad en la
respuesta, la sujeto de los hombros, la miro fijamente a los ojos y le digo con
el tono más convincente que puedo emplear para disimular mi sarcasmo:
- Escúchame, te quiero, ¿vale?,
te quiero.
Y la dejo allí, y creo que ha
sonado creíble, real, y que con un poco de suerte es posible que hasta sufra
por mi culpa, pero que aún así es una venganza demasiado escasa teniendo en
cuenta todo lo que ella me ha hecho a mí.
Salimos del DolceVitaBurdeosCqucPollo…
De vuelta a casa, a patita, claro, pues a Víctor (al muy idiota) no le queda
suficiente dinero para el taxi.
El camino es largo, yo voy muy
lento porque estoy cansado y me noto pesado por culpa de la cerveza, y como
además Víctor no habla, porque ya sabe que no le dejo, este cúmulo de circunstancias
es aprovechada por una multitud de pensamientos que asaltan mi dolorida cabeza,
los muy hijos de puta.
Por ejemplo: las múltiples posibilidades de ocio y consumo de la era
actual han facilitado un debilitamiento de la voluntad del individuo y de su
capacidad de análisis crítico. Preguntas: ¿están relacionadas las políticas
neoliberales con la decadencia de los valores humanos; cuando basamos nuestra
vida en la producción y en la adquisición estamos sin darnos cuenta
empobreciendo las relaciones y cosificando
a las personas; es nuestro sistema económico en realidad una gigantesca y
monstruosa maquinaria que nos está engullendo en primer término para vomitarnos
al abismo por último; y más importante aún que todo eso, me acordé antes de
salir de dejar descargando el porno? Si no lo hice mal, porque tendré que usar
la imaginación para meneármela cuando llegue, y cansa. Y ahora una última duda:
el hecho de que lleve una vida absolutamente insustancial, carente de sentido y
aburrida hasta extremos que incluso yo desconozco, ¿me da derecho a ser una
mala persona, me da derecho, por ejemplo, a tratar tan mal a Víctor? ¿Soy yo
alguien para marginarle, ignorarle o despreciarle? ¿Acaso me rebajaría si
probara a ponerme en su lugar, a estar en su pellejo, a intentar pensar las
cosas que pasan por su cabeza cuando nos reímos de él, a ser en definitiva, por
una vez empático? Y es esto último lo que me lleva a abrir la boca.
― ¿Sabes qué es lo mejor de
follarse a una anoréxica? ―Víctor me
mira extrañado y luego niega con la cabeza―
Oír como le crujen las costillas.
Víctor sonríe, y es claramente una sonrisa de compromiso, luego emite un
sonido que ni se aproxima a una carcajada, y finalmente se atreve a decir:
- Es muy bueno, tío.
A lo que le contesto mirándole con asco:
- Yo no te he pedido tu opinión, idiota.
Me mira asustadizo y enseguida
aparta la vista. Seguimos el trayecto en silencio.
La respuesta es por tanto, sí.
Vomitando cerveza e intestinos
(creo) en el váter del cuarto de baño de mi casa. Un dolor intenso me sube del
estómago al pecho, del pecho a la garganta, de ahí a la cabeza. Primero echo
sólidos descompuestos, luego líquidos, luego nada, pero el dolor sigue su mismo
curso. Los minutos se me hacen horas, aunque finalmente termina y me quedo
sentado en el suelo, vacío, con la cabeza apoyada en la tapa del váter y un
hilillo de saliva colgando desde el labio inferior hasta la manga de un brazo.
Me siento mejor. Incluso me siento bien. Me hubiera quedado allí dormido, pero un
frío repentino me invade y me levanto como puedo para ir hasta mi cuarto,
pegándome en el camino contra las paredes.
Llego hasta mi cama y me echo la colcha encima para abrigarme. Sigo con
la ropa puesta, sólo me quito los zapatos. Me tumbo boca arriba con los ojos
todavía abiertos. Veo como toda la habitación da vueltas. Vueltas y vueltas y
más vueltas… Me pongo de costado para vomitar en el suelo. Sólo es un amago:
dolorosas arcadas sin vomito, no queda más que echar. Me vuelvo a colocar boca
arriba y esta vez cierro los ojos. Pienso…
Pienso que mañana cuando despierte lo haré dentro de un sueño. Todo será
distinto, y aunque no sea mi vida verdadera, yo nunca lo sabré, nunca
despertaré, y seré feliz. Me estoy quedando dormido.
Y nunca más seré cínico, ya que no me hará falta utilizar ese arma. Ni
desagradable, ni insensible. Seré amable con los demás, actuaré con ellos como
me gustaría que hicieran conmigo. Seré honesto, solidario, comprensivo,
colaborador y me estoy quedando dormido.
Y seré todo eso porque los demás serán como yo quiera que sean, ya que es
mi sueño. Las tías estarán todas
buenísimas y siempre accederán a lo que yo les pida, no porque estén obligadas
a hacerlo, sino porque será su deseo, ya que será el mío también y éste es mi
sueño y me estoy quedando dormido.
Y no existirá el aburrimiento, ni el trabajo, ni habrá que estudiar para
ganarse la vida, sólo por cultivarse, por aprender, porque sí, y todo será un
porque sí, y no habrá que dar explicaciones nunca a nadie de nada, excepto a
mí, claro, porque es mi sueño y me estoy quedando dormido.
Y habrá alguien que me quiera, no todos, por supuesto, porque aunque sea
un sueño siempre habrá un mínimo de coherencia para disimular su irrealidad.
Bastará con que sea una sola persona, y yo también la querré a ella, porque eso
será lo más justo, ya que en este sueño habrá justicia, y será toda para mí
solito, porque ya sabéis qué y cómo.
Y pienso que mañana, cuando despierte en la puta realidad, por fortuna no
me acordaré de todas estas gilipolleces. Me estoy quedando
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