Sinopsis: El día en que me transformé en una mujer para contar algunas verdades sobre nosotros mismos.
Me han pedido que cuente algo gracioso y no se me ocurre otra cosa mejor
que hablar de los hombres. Sí, y es que los hombres son realmente curiosos.
Mirad, entre lo que eructan, lo pedos que se tiran, lo que escupen, los pelos
que dejan en la ducha, y esa cosa asquerosita que sueltan cuando se acuestan
con nosotras, me pregunto: ¿sale alguna cosa buena alguna vez de ese cuerpo?
Alguna me mira como diciendo: “pues está bueno”. ¡Yo no lo he probado, allá
cada una con sus gustos! Y que conste que nosotras damos a luz, así que sí que
sale algo bueno de nuestro cuerpo. Y ahora alguno me mira como diciendo: “pues
quédate tú con lo de parir que yo me quedo con mis pedos, tú no te preocupes
hija”. Y es que esa es otra: el miedo que le tenéis al parto. Pero vamos a ver,
¿no entendéis, no entendéis… ¡que nosotras también!? Que yo me cagué viendo
Alien de pequeña tíos, y cuando me dijeron que a mí me iba a pasar algún día
prácticamente lo mismo pero en lugar de por el vientre por la vagina casi me da
un patatús. Que todo el trabajo lo hacemos nosotras, que vosotros lo único que
tenéis que hacer es darnos la mano, y si apretamos tan fuerte no es para
soportar el dolor, ¡es por venganza! ¡Tú me has hecho esto, ahora te jodes tú
también! Porque esa es otra, que los tíos sois unos quejicas. Vais de duros,
porque habéis visto muchas pelis de Clint Eastwood y de Bruce Willis pero a la
hora de la verdad sois más inútiles que Torrente. Como veáis un poquito de
sangre, en una compresa por ejemplo, se os pone la cara que parece que acabáis
de presenciar un asesinato de Hannibal Lecter, y si os pedimos ayuda para una
mudanza a todos os pasa lo mismo, que os da lumbago. Que yo al principio me
pensaba que el lumbago era la enfermedad del vago o algo de eso.
Porque, y relacionando esto con el repentino e inoportuno dolor de
lumbago colectivo que les da a los hombres cuando nosotras tenemos que hacer
mudanza, si hay una curiosidad que me fascina de los tíos es que… ¡son tan
mentirosos! Se pasan todo el día echándose embustes unos a otros. “Pues ayer
estuve con un bombón: rubia, despampanante, piernas interminables…” Se pasó la
tarde con su madre. Tiene más de setenta años, se está quedando calva y la
pobre anda con muletas. O: “Anoche fue impresionante: mojé tres veces”. Sí,
mojó tres galletas con leche y después de comérselas se fue a la cama a
las once de la noche. Y si no este otro que os lo encontraréis mucho en el
centro por las noches: “Eh, amigos, ¿habéis visto que esa chica tan guapa con
la que estaba hablando me ha dado
su número? Si es que estoy hecho un ligón”. Era las relaciones públicas
de la discoteca, le había dado un vale para una copa. Y porque era su trabajo
que si no. Y bueno, ya lo más: ¡qué manía de los hombres con mentir sobre el
tamaño! Si es que se la miden y todo. ¡Hay que ser guarro! Vamos, como si
nosotras estuviéramos todos los días midiéndonos el pecho, ejem. Pero es que
ellos luego quedan para contárselo: “Oye, ¿te la has medido?”. Dice: “Yo sí… ¿y
tú?” “Sí. Y… A ti, ¿cuánto?” “¿Y a ti, eh?” “No, pero esta vez te toca a ti
primero que yo ya te conté de cuando me afeité los huevos” “Vale, está bien...
¡Quince!” “¡Yo dieciséis!” “¡Mierda!”
Los hombres son muy fantasmas. La única ocasión en la que son sinceros es
cuando beben, situación que se da a la vez que bebemos nosotras, que lo hacemos
para poder soportar las tonterías que dicen. Porque cuando un hombre bebe te
puedes encontrar a dos tipos de personas: el depresivo, que te empieza contando
la primera vez que le dieron un capón en el colegio y el trauma psicológico que
eso le produjo, y a los tres cuartos de hora de parloteo interminable a la que
le dan ganas de meterle un capón es a ti, ¡pero en toda la napia! Y el otro es
el eufórico, que éste no para de piropearte y decirte que estás muy guapa y que
se ha enamorado de ti y que eres la persona más maravillosa del universo. Que
vale, que a lo mejor no es verdad del todo, pero tú te lo crees igualmente,
súper feliz de la vida. ¡Joder, para una vez que dicen una mentira que no tiene
que ver con ellos mismos! Ahora, que eso sólo te lo dicen si están borrachos,
claro. Porque si tú estás saliendo con un chico y en algún momento de la
relación se te ocurre hacerle esta pregunta: “Oye, ¿tú
me quieres?” ¡Madre mía, la que
les da! Empiezan a sudar que da asquito verlos, tartamudean, miran para todos
lados, no se están quietos, les da taquicardia, se ponen pálidos… Que vamos,
llega un punto en que tú ya también te pones nerviosa y le dices: “Cariño,
¿pero qué te pasa, es que ahora no se te ocurre ninguna mentira que decirme?”
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